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ZANCADILLA A LA PAZ

El 12 de noviembre del 2016 fue un día de gran alborozo para muchos colombianos. En esa jornada histórica, el gobierno nacional y las FARC-EP firmaron en La Habana “El acuerdo final para la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera”. Por medio de este acto se ponía fin a un conflicto armado de más de 50 años, que había provocado un terrible impacto en las poblaciones donde operaba esta guerrilla: 200.000 muertos, 45.000 desaparecidos y cerca de seis millones de desplazados. Tales cifras escuetas no reflejan el dolor de tantos compatriotas que se encontraron entre el fuego cruzado de dos bandos, que no los representaban a ellos ni a sus anhelos por vivir en las tierras y regiones heredadas de sus ancestros. El reconocimiento internacional a Colombia –considerado como ejemplo de resolución no violenta de un conflicto– terminó con el otorgamiento del Premio Nobel de la Paz al presidente Juan Manuel Santos.

 

Pero como dice el viejo adagio, “tanta dicha no podía ser cierta”; desde el mismo momento de su firma, este acuerdo de paz tuvo un número importante de detractores, que esgrimieron variados argumentos para que no se concretara, y comenzaron a ponerle palos en la rueda para impedir su implementación. El presidente Santos, para darle mayores visos de legalidad, convocó a un plebiscito por la paz, en el cual el No a su refrendación salió victorioso con un ajustado 50,23%, contra un 49,78% por el Sí. A partir de este resultado, “empezó Cristo a padecer”. El resto del mundo no entendía cómo era posible, primero, que se le preguntara al pueblo si quería la paz, y, segundo, que la mayoría estuviera a favor del no. Este ha sido uno de los factores que más ha contribuido al clima enrarecido de pugnacidad y odios viscerales que se respira en este momento en el país.

 

El mensaje ha sido tan claro, que una de las banderas que empuñaron muchos de los ideólogos del partido de Gobierno fue hacer “trizas los acuerdos de paz”, y es indudable que esta postura les generó votos importantes para su triunfo en las urnas. Las recientes denuncias realizadas por el periodista Édison Arley Bolaños, de El Espectador, sobre las zancadillas que supuestamente le puso la Fiscalía General de la Nación, con el auspicio de la DEA, al proceso de paz, ha puesto al descubierto algo que muchos analistas han venido revelando: en Colombia hay enemigos muy poderosos que no están interesados en que reine un ambiente de entendimiento, de diálogo y de paz entre todos los colombianos. Derrotar en las urnas esas tendencias es un gran reto hacia el futuro.

 

 

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