A sus 36 años, Ismael lo que menos desea es seguir viviendo. Asistió a la primera consulta porque su esposa prácticamente lo obligó, pues ya no era capaz de soportar la situación en el hogar; especialmente, no sabía cómo explicarles a sus hijos (de 5 y 8 años) cuál era el motivo por el cual su padre no salía al parque a jugar con ellos y, entonces, tenían que esperar a que sus amigos los invitaran. Su acompañante relató la historia; él permaneció la mayor parte del tiempo mirando al piso, llorando, lamentándose sobre su situación y solo alcanzaba a balbucear que lo único que quería era morirse, y le solicitaba a Dios que se acordara de él para no tener que seguir sufriendo.
La situación comenzó dos años atrás, cuando a Ismael le fue diagnosticado VIH. A partir de ese momento tomó la decisión de aislarse en casa: no sale a ninguna parte, se la pasa acostado y no permite que ni los familiares o amigos más cercanos lo visiten. Solo su esposa es conocedora de su enfermedad, porque él le ha prohibido que les diga a otras personas, mucho menos a sus hijos. Cuando le preguntan a ella sobre lo que le está sucediendo, les dice que tiene una depresión severa que no ha respondido a ningún tratamiento. Cuando el terapeuta indagó sobre la actitud que ha asumido, él respondió: “Usted por qué me pregunta eso. Cómo cree que voy a salir a la calle si toda la gente se me queda mirando, e imagínese lo que van a pensar de mí. El que tiene esta enfermedad es porque ha hecho algo muy malo. Por esa razón, lo único que yo deseo es morirme para dejar de padecer tanta vergüenza”.
En una columna pasada analicé el complejo estigma/discriminación (CED), que se ha incrementado en los últimos meses con respecto a las personas infectadas con Covid-19 y el personal de salud encargado de sus cuidados. Decía en ese entonces que el estigma es un conjunto de prejuicios que tienen algunas personas en contra de otras porque las consideran contrarias a su sistema de creencias o a los paradigmas construidos sobre lo que es o no aceptable. En la persona que recibe la discriminación se genera una serie de reacciones psicológicas y emocionales secundarias a la estigmatización que sufre su dignidad como humano. La situación de Ismael es mucho más dolorosa, ya que él mismo ha hecho introyección de esos prejuicios, se identifica con ellos y se juzga de una manera tan severa, que ha resquebrajado no solo su autoestima, sino que se niega la posibilidad de ser visto como un individuo que merece la consideración y el respeto de los demás.
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