"La violencia está presente en el humano; es parte de lo más arcaico de su desarrollo como especie. La fraternidad es el gran salto cualitativo que permite el progreso de las comunidades. La paz es la expresión de la humanización de una sociedad."
Cristian Caicedo y Maicol Ibarra, dos jóvenes de 12 y 17 años, fueron asesinados en el municipio de Leiva, sur de Nariño, el domingo 9 de agosto de 2020. Ambos eran estudiantes de bachillerato y fueron víctimas del fuego cruzado –según versión de un líder de su comunidad– entre disidencias de las FARC y las autodefensas gaitanistas. Dos días después, fueron encontrados los cadáveres de cinco jóvenes entre los 14 y 15 años, en Llano Verde, un barrio ubicado en el suroriente de la ciudad de Cali. Y el domingo 16 de agosto, ocho jóvenes fueron asesinados en el municipio de Samaniego, en el departamento de Nariño. En total, en una semana, quince personas en edades tempranas sufrieron los rigores de una situación que en nuestro país se ha convertido en lugar común y que ha tenido como respuesta por parte de las autoridades y las entidades encargadas de preservar la vida de los colombianos la promesa de una “investigación exhaustiva hasta las últimas consecuencias” y “un castigo ejemplar para los responsables de estos hechos”.
Es claro el incremento que hay de las masacres en contra de la población, especialmente de los líderes sociales y de quienes viven en regiones donde hay una lucha a muerte entre bandos que se quieren imponer en los lugares claves para las rutas del narcotráfico, y que además pretenden despojar de sus tierras a través de las armas a las comunidades que han sido ancestralmente sus dueñas. A lo anterior se le agrega el exterminio sistemático de algunos miembros de grupos alzados en armas, que se acogieron a los acuerdos de paz pactados en La Habana. Complejo panorama que está enfrentando la sociedad colombiana, que observa con impotencia cómo se regresa a etapas que se consideraban ya superadas. ¿Qué ha sucedido para que, en nuestro país, los grandes esfuerzos que se han realizado para alcanzar la paz se estén esfumando y estén dando paso a la confrontación y al recrudecimiento de la violencia?
La pugnacidad y la confrontación se presentan en todos los niveles en la sociedad. Lo que los analistas denominan “el pueblo raso” observa cómo sus líderes, que son supuestamente las figuras a imitar –pero que por su actuar han perdido toda credibilidad–, se enfrascan en una lucha de acusaciones que van y vienen de un lado a otro y que utilizan la hipótesis del terror de lo que puede pasar en el país si siguen a uno u otro de sus dirigentes. Faltan, sin duda, algunas nuevas formas de liderazgo inspiradas en el diálogo y el consenso, cuyo principio fundamental sea el respeto por la vida de todos los que habitamos esta hermosa Colombia.
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